lunes, agosto 28, 2006

ESTA NO ES UNA HISTORIA DE FUTBOL


La primera vez que ví un partido de fútbol en vivo y en directo fue en el estadio Vulco, en San Bernardo. Mi padre y mi abuelo me llevaron a gritar por Magallanes, un equipo cuya gloria futbolística se había registrado en los 30. Creo que era uno de los pocos niños en la vieja galería de madera. Durante el partido una banda de viejos músicos animaba con platillos y trompetas al equipo mientras la hinchaba cantaba emocionada: "Magallanes, Magallanes, manojito de claveles (…) cuando sales a la cancha se nos estremece hasta el corazón, cuando sales a la cancha se nos estremece hasta el corazooooón". Esa vez también fue la primera que observé en vivo y en directo una "mamada". Ocurrió por casualidad. Al comenzar el partido, no pude aguantar las ganas de orinar. Mi padre, un hincha fanático del club, me dio permiso para ir al baño solo. Justo cuando me disponía a volver a mi asiento se me ocurrió pasar a un kiosco a comprar un dos en uno. Como no vi a nadie atendiendo me asomé por una escotilla y quedé en shock al ver cómo una bella joven magallánica le succionaba el pene a un tipo vestido con la polera del rival. El hombre sólo murmuraba "gol, gol, gol, ohhhh". Creo que el partido terminó 1-0 a nuestro favor. Todos ganaron.

El viernes pasado me enteré que "nuestro querido y viejo" Magallanes, como diría un relator deportivo, jugaba ese mismo día un partido crucial, ya que de perder, bajaría a tercera división. Me animé a volver al estadio, pero se me hizo tarde. Llamé a mi hermano: "Oye, dile al abuelo que a las 20.30 juega "el Maga". Si pierde nos vamos a tercera". Al igual que toda la familia, a estas alturas a nadie le importaba el club. Incluso, a través de mi peluquero, otro adicto a Magallanes, me enteré que en los últimos años sólo iban unas 500 personas a ver el equipo. Triste. "Más de la mitad de la hinchada está bajo tierra. Pero la bandidta aún toca", me dijo el peluquero hace algunos meses. "Ya, le voy a decir a mi abuelo entonces", me contestó mi hermano. En eso me acordé que este año el abuelo había sufrido un feroz infarto que casi lo mata. "No, mejor no le digamos nada. Si Magallanes pierde capaz que el abuelo se asuste demasiado", le advertí a mi hermano. A las 20.30 prendí la radio e intenté sintonizar alguna banda AM con el partido. Nada. Acto seguido, se me ocurrió llamar al diario. "Con la sección de Deportes por favor. ¿Sabe cómo va el partido de Magallanes?", pregunté. "Sí, terminó el primer tiempo. Magallanes va perdiendo 1-0", me contestaron.

Volví a llamar a mi hermano. "Oye, vamos perdiendo. Nos vamos a tercera", le dije. Mi hermano no hizo más que reírse. Mal que mal, hace algunos años él se había convertido en el primer miembro de la familia que había decidido romper con la tradición. Mi hermano, sencillamente no conocía "al Maga". Intenté sintonizar otra estación. Me cambié a F.M. Justó llegue a la Bio-Bío. En eso el conductor detiene la música y dice: "tenemos un despacho en directo desde el Estadio Municipal de La Florida. Al parecer Magallanes permanecerá en Segunda División. ¿Qué nos dice usted Rodrigo Sepúlveda?". "Buenas noches Manuel. Al parecer no. Deportes Temuco sepultó a Magallanes. Deportes Temuco succionó la ilusión de la familia magallánica. 2-0", respondió el reportero. Llamé a mi hermano por tercera vez: "Oye. Ahora sí que estamos fritos. Nos vamos. Magallanes desaparecerá. Se acabó. Perdimos. Oye, pero dime algo". "No le diré nada al abuelo", me contestó. Luego, cuando aún no me reponía de la noticia pensé en el viejo himno del equipo. Recién ahí comprendí la parte que dice que "se nos estremece hasta el corazooooón".
Al día siguiente, partí a la peluquería para concocer más detalles. "Oye Tito ¿Fuiste al estadio? Me imagino que estás triste, decepcionado", le dije a mi peluquero. "No fui. Supe que a un viejito le dio un infarto al final del partido. Un infarto. Imagínate. Mira Negro. ¿Sabes? La verdad es que ahora ando más preocupado de una clienta con la que voy a salir. Por ahora sólo necesito una buena mamada. Magallanes está muerto, pero yo no". Fin del partido.

lunes, agosto 07, 2006

NO MAMES

Hace unos meses, Carolina, una vieja amiga a la cual dejé de ver hace unos cinco años, se asomó sorpresivamente por encima de mi escritorio. Estaba igual: alta, digamos un metro setenta; muy delgada, aunque no anoréxica; pelo largo rubio y bien cuidado; lentes morados a la moda; tacos altos, medias negras, minifalda y voz extremadamente sensual. "Hola Negro. Desde la semana pasada que estoy trabajando en la oficina del lado. Las vueltas de la vida", me dijo de entrada. "Ah, qué bien. Supe que estuviste estudiando en México", le contesté. "Sí pues güey. No mames. Por allá ahora está todo chingado", me respondió con un acento mexicano forzado. Carolita tenía lo suyo y se sacaba partido. Cuando la conocí, mi amiga era católica practicante, de misa de domingo y de abiertas críticas contra la gente que tenía relaciones extramatrimoniales. Además, cada vez que podía daba su opinión en contra de los homosexuales. Su máximo referente era Juan Pablo II. También admiraba a Ronald Reagan. "Nosotros deberíamos tener un Presidente como él", me dijo una vez. Por razones que nunca entendí, se negaba a leer a Nietzsche, mientras que Bolaño le parecía una lata, al igual que Vila-Matas. Tampoco leía a autores eróticos. Sólo la llenaba Isabel Allende y a veces Fuguet. Además, odiaba los bares y las discos. "¿Y qué has hecho todo este tiempo?", me preguntó en otro de nuestros encuentros. "La verdad es que no mucho. Mi vida no va para ninguna parte, como mi blog", le respondí. "Ahh. Lo que es yo, estoy emparejada con un mexicano. El es un ingeniero top allá en el DF. Nos vamos a casar a fin de año. La próxima semana va a venir a Santiago y yo espero viajar para allá el 18 de septiembre. Así hemos estado desde que volví a Chile", me contó. Después de estos encuentros con Carolita, llamé a un amigo en común para contarle del regreso de nuestra amiga. "¿Y cómo está?", me preguntó con malicia mi compadre Julio. "Igual que siempre", le respondí. Tiempo después, Julio me contó que se había encontrado con otro conocido nuestro y también de Carolita. "Andrés me dijo que había estado viendo a la Carola. Estuvo en su departamento. Me contó que tiene el mismo cuerpo que cuando tenía 15 años", me dijo Julio. "Y qué más te reveló Andrés?", le pregunté a mi amigo. "Que se la estuvo tirando varias semanas. Me dijo que Carolita era una fiera, insaciable y salvaje. Se las sabía por libro. El Kamasutra quedaba chico. Aullaba como loca. Se pasó la mina". En todo este tiempo, Carolita omitió el nombre de Andrés y eso que sabía que alguna vez también fue mi amigo. Su silencio era entendible. Sólo para conocer más detalles, días después llamé a Andrés: "Hola. Soy el Negro. ¿Cómo estás? Tanto tiempo. Sí, es verdad. Todo normal. Oye, quería hacerte una pregunta. ¿Te has estado viendo con la Carola?". Andrés me repitió la historia que le contó a Julio. Pero me reveló un detalle no menor: "Sí, me la estuve comiendo varias veces, con salidas a moteles a la hora de almuerzo y todo. Pero me cansé. Ya sabes. La verdad es que un día, en una fiesta en Los Ladrillos, la vi con otro. Y no era su novio mexicano. Nuestra relación, si es que la puedo llamar así, era libertad absoluta, pero la Carola andaba en celo. Esa misma noche la vi jugueteando con una mina y más tarde se fue abrazada y muy cachonda con un pendejo". A la semana siguiente me encontré en el ascensor con la Carolita. Llevaba un crucifijo rojo colgado de su cuello, que le hacía juego con su mini del mismo color. También andaba con varios libros y una fotocopia del Kamasutra. "Oye, el otro día estuve hablando con Andrés", fue lo primero que le dije. Quería ver qué cara ponía. "A qué bien. ¿A qué piso vas? Yo me bajo acá", me respondió nerviosa y apurada. El ascensor paró y Carolita se bajó. Antes de que la puerta se cerrara, vi cómo Carolita se agachaba a recoger sus papeles y su cartera. Me di cuenta que lo hizo como una profesional. No dejó nada para mi pobre imaginación. No mames, pensé.

Web Site Counter Creative Commons License
Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.