martes, mayo 22, 2007

La pizzería de Vietnam

¿Y cómo nadie, o muy pocos, se enteraron de mi encierro? Mentí. Eso hice. Conté que me iba al sur. Y como era época de vacaciones, me creyeron. En realidad muy pocos supieron que me encontraba encerrado en mi hogar en Santiago. Y los que sospecharon no se atrevieron a tocar el timbre. La verdad es que no recuerdo mucho tampoco. Quizás vi a personas que no debería haber visto. Quizás no vi a nadie. Ni siquiera le avisé de mis planes a Isabel, que andaba en Cuba. Un día, eso sí, recibí una postal de ella: Seguramente no verás esta carta hasta tu regreso, pero necesito decirte que me enamoré de La Habana. Llegué de noche. Estaba todo oscuro. De repente apareció la Plaza de la Revolución. Observé al Che. Me emocioné. En unos días más parto a Viñales, tal como me recomendaste. Suerte en tus vacaciones, te quiero, Isa.

En un acto de extrema racionalidad pagué cuentas por adelantado antes del claustro. Quería evitar sospechas y filas. Ocupé mis últimas fuerzas en esos trámites. En un momento pensé en poner término al contrato con la compañía de teléfonos, pero después cambié de opinión. Sólo me animé a contestar el teléfono en contadas ocasiones. No me llamaron mucho en todo caso. Luego comprendí que las veces en que sí me atreví a levantar el auricular logré salir del agujero que había comenzado a cavar en mi casa. Al menos pude escaparme del hoyo por un rato. Me saqué un poco la tierra, aunque eso no fue suficiente para que me decidiera a abrir la puerta.

Llevaba alrededor de un mes encerrado cuando contesté el teléfono por primera vez. Al principio lo dejé sonar un buen rato. Ante la insistencia, quién sabe, dije aló, pero sólo se escuchaba una interferencia. Al minuto la línea volvió a sonar y levanté el teléfono de inmediato. Negro, soy yo, Alberto. ¿Me escuchas? Sí, ahora sí. ¿Negro? Me quedé mudo un segundo. ¿Negro? Sí, estoy acá, dije. Alberto se fue de Santiago hace más de dos años. Necesitaba largarse. Mandar todo al carajo. Antes de irse me dejó una caja con libros. Alrededor de 30 textos, entre ellos Patas de Perro, de Carlos Droguett; Moby Dick, de Herman Melville; Yo lo conocí, de Tito Mundt y Valparaíso, puerto de nostalgia, de Salvador Reyes. Aquella vez Alberto me confesó, algo nervioso y con la voz entrecortada, que sólo le importaba conservar sus libros por si algún día regresaba a Chile. ¿Y dónde vas a dejar el resto?, le pregunté, porque sabía que mi colega poseía una notable biblioteca. Algunos los regalé, otros los boté y el resto los metí en dos cajas, una es para ti, me dijo.

Alberto me llamaba de muy lejos, de un lugar desconocido para mi. Hablamos un buen rato. Me contó que después de trabajar un año en una industria pesquera en Nueva Zelanda se marchó a Muine, una antigua caleta de pescadores ubicada en el sur de Vietnam. Ahí instaló una pequeña pizzería con la ayuda de dos lugareños, Duong y Hao. Lo noté contento y percibí que le estaba yendo cada día mejor. Alberto me contó que Muine es hoy un apacible balneario frecuentado por europeos y australianos. ¿Y cómo se llama tu pizzería? Giuseppe. Como a Ernesto (Rovira) le decimos Giuseppe y como él me enseñó a hacer la pizza “a lo Giusepp”, pensé que era un buen nombre, me explicó Alberto. Así que Giuseppe. Bonito homenaje, comenté. Sí. Acá los turistas piensan que yo soy Giuseppe. Para evitar complicaciones a veces les digo que claro, que me llamo así y que soy el rey de las pizzas vietnamitas. Oye, Alberto, de verdad me has alegrado el día. No es nada. ¿Y tú en que estás? ¿No saliste de vacaciones?, me preguntó.

Tenía dos caminos. Confesarle mis planes y mi verdadero estado emocional a mi amigo o mentirle y decirle que en unos días más pensaba irme al sur, al norte, a Las Cruces, quizás a acampar en Los Queñes, que todavía no lo tenía claro, pero que ya saldría algo. Finalmente opté por la tercera vía y llevé la conversación para otro lado. Comencé a hablarle de Isabel. Anda en Cuba, le conté, y ya no pregunta por ti. ¿Ya me olvidó? No tengo idea. Quién sabe. Lo último que supe es que se enamoró, pero de una ciudad. Ya bueno. Tengo que cortar. Debo abrir la pizzería. Ah! verdad que allá es de día. Suerte. Te voy a llamar la próxima semana. Dale Alberto. Llama no más.

8 Comments:

Blogger Ale said...

Que valiente su amigo , largarse y mandar todo al carajo. Le aseguro qeu son ( somos ) tantos los que harían lo mismo pero no se puede no más, al menos por ahora.

que bueno que decidiste contestar siempre hace bien esuchar la voz amable de un amigo, casi siempre logran sacarnos de donde estamos o al menos hacernos olvidarlo.
Saludos porteños y salga por fin.

PD: que precavido eso de pagar las cuentas antes.

11:32 p. m.  
Blogger Vania B. said...

Es increible como el mandar todo al carajo puede implicar cosas tan distintas en las personas: en mi amigo negro, encerrarse en su casa durante meses sin contacto con el mundo es una forma de mandar todo al carajo. En el caso de Alberto, el mandarse a mudar a otros lares, tan lejanos, tan nuevos, fue otra forma de mandar todo al diablo.

Creo que me quedo con la segunda forma.

Te mando un abrazo negrito, estoy muy feliz de que hayas vuelto.

10:24 a. m.  
Blogger ydaledali said...

Que loco mandar todo a la mierda y de repente tener una pizería en Vietnam... en una de esas negrito lo tuyo podría ser tragafuegos en Islandia o vendedor de flores en las Guyanas o cerrajero en Islas Caimán.. me impresionan los giros de la vida... en tu encierro ¿ qué tierras visitaste? ¿dentro tuyo había alguna zona inhóspita o algún lugar donde había que combatir a los rebeldes?

Un beso

11:24 p. m.  
Blogger Keiclyn* said...

Jeje. Como saber si sigue...

La verdad. no entendi bien. pero como sea. todo sigue.. aunque te refugies del mundo o simplemente disfrutes de tu sola compañia. siempre se avanza... aunque a veces ni lo sepamos jeje

mmm. es importante avanzar, sal de ahi. vivir, enfrentar, reir, soñar, llorar. no importa, aunque sea a tropiezos a veces vale la pena intentarlo.

Quizas, no entendi mal solo tu comentario sino todo jeje pero de todas formas, asi lo pienso.
Sonrie!

Keiclyn*

11:46 p. m.  
Blogger Nefastas said...

adoré a alberto y su pizzería.
me encantó semejante jugada para su vida.
cuando una escucha estas historias nota la grannnnn cantidad de oportunidades dispersas por el mundo.
bienvenidas sean!

12:51 p. m.  
Blogger Andy said...

Y hablando de todo un poco, como saliste después del encierro? Fortalecido?

Yo como te decía en el otro post, un día de estos me doy un autoexilio interno, pero todavía no.

Saludos.

11:37 p. m.  
Anonymous Anónimo said...

Cambié de nombre... eso es lo que pasó. Pincha ahora y tendrás mi nueva dirección.
Besos

PD: Otro día paso a leer todo.

12:53 a. m.  
Blogger Alejandro Tapia said...

ALE: Sí. Alberto es valiente y decidido. Además durante un tiempo fue custodio de mis secretos. Ya sabrán más de él. Paciencia.

CAPSULA DEL TIEMPO: Usted ha llegado casi al fondo del asunto. Dos maneras distintas de mandar todo a la basura, pero finalmente es un camino similar. Sigue por acá.

YDALEDALI: Durante el encierro visité varios lugares interesantes. Comenzaré a dar algunas pistas proto. Lo de la pizzería era un viejo anhelo de Alberto.

KEICLYN: De que sigue, sigue. El encierro terminó. Sí, de alguna manera terminó, aunque sigo pensando en ese tiempo. Lo que estoy intentando hacer es contar cómo fue la experiencia de estar recluido durante varios meses en mi casa. Pasaron muchas cosas.

NEFASTAS: Si Alberto se entera que lo adoras quizás deja la pizzería y vuelve a Santiago. Quién sabe. En todo caso aún no revelo el verdadero motivo de la partida de Alberto. Habrá novedades. Espero sigas por acá.

ANDY: Fortalecido? Con más preguntas que respuestas en realidad. Me estoy reponiendo de a poco. Lento, pero seguro, como se dice.

FLOR: Iré para allá. Ven tu también. Salud!

12:52 a. m.  

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