jueves, julio 26, 2007

La pierna de marfil

El capitán Ahab no era un loco atormentado por el animal que le comió la pierna. Estaba cuerdo y su lucha era interna y feroz. Creo que por eso se lanzó en el Pequod a la caza de Moby Dick. Deduzco que estaba tan desesperado como yo. Ese era mi consuelo y eso pensé durante mi encierro. Hubo semanas completas en que mi hogar se transformó en el buque ballenero de Ahab: mi proa, oscura como el estómago del cachalote; en la popa, imágenes de árboles secos; a babor, unas palomas dormitando en unos cables de la electricidad y a estribor la nada misma. Nunca me animé a subir a la cofa ni tampoco pude ingresar al puente de mando. Lo que aún le envidio a Ahab es que el muy cabrón siempre supo dónde y cómo encontrar a su presa y de paso a sí mismo, mientras que yo todavía tengo dudas respecto de si durante el claustro llegué a alguna parte.

La misma noche en la que soñé con el pulpo gigante y con Javiera, Ahab me habló. "El encierro, el encierro, el encierro", me repetía. Eso es lo que estoy haciendo maldito. ¡Claro, el monstruo marino te ayudó a sobrevivir hasta que desapareciste en tu ley, pero yo no encuentro a Moby Dick!, respondí, con cierto enojo. "El encierro, el encierro, el encierro", volvió a decirme. Al día siguiente Ahab se apareció de nuevo. Se creía Aladino. Esta vez lo vi como una figura de humo que se desprendía desde la punta de mi porro.

Durante la siesta el veterano marino me perturbó por tercera vez. El muy hijoputa se llevaba a Javiera. Ella enloquecía con el capitán y se revolcaba en el camarote principal de Pequod hasta que su garganta quedaba seca de tanto gemir. La joven cobra hipnotizaba a Ahab, igual que a mí. En ese momento Ahab dejaba de pensar en su ballena de mandíbula torcida. Sólo tenía ojos para la nueva serpiente adosada a su cuerpo. Las caderas de Javiera lo llevaron, sin duda, a otro lugar, lejos del océano, algo que no pudo hacer Moby Dick. A su vez, la pierna de marfil de Ahab excitaba de tal manera a Javiera que no pudo despegarse de ella en buena parte de la tarde. "El encierro, el encierro, el encierro", insistía el ballenero.

Desperté sudado. En eso divisé a una mosca. Era negra como todas esas diablas y tenía ojos parecidos a los de Javiera. Volaba sobre mi cabeza. Era rápida. Emitía un sonido casi imperceptible. Intenté atraparla, como a Javiera, pero la mosca se rió de mi una y otra vez. Después de un rato el insecto se posó sobre una cortina. La vi jugando con sus delgadas piernas. En eso también se parecía a Javiera. Se quedó quieta. Nuevamente fui tras ella, pero se escapó de un salto muy rápido. El Pequod hizo agua.

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