lunes, septiembre 25, 2006

EL BOOMERANG

¡Llegó Don Juan! ¿Crees que me traerá algo? Mi abuelo duda y me pide que le pase veinte pesitos de un pequeño jarro de greda. Vaya a buscarle un vasito de agua por mientras. El cartero viene de por allá lejos. Debe estar cansado, me dice mi abuelo. Saco agua. Está heladita. Salgo al jardín. Oiga que está grande este niñito, exclama Don Juan. Puchas que ha crecido rápido. Tome, le traje una carta para usted. Recibo el sobre. Reconozco la letra. Es de mi padre. Gracias Don Juan. ¿Le pasó los veinte pesitos?, me pregunta el abuelo. Son quince no más, responde el cartero. Pásele los veinte mijito. Gracias. Muchas gracias. Gracias a usted Don Juan. Entro a la casa. Mi abuelo se va para su pieza. Abro la carta. Mi padre no llegará para mi cumpleaños número diez. Guardo la carta.

El mes pasado me puse a ordenar mi departamento. Decidí deshacerme de todo. Bueno, de casi todo. Abrí unas seis cajas llenas de papeles, fotografías, cartas, santitos de primera comunión, tarjetas de Navidad, postales y otras baratijas. Incluso encontré mi diploma universitario completamente arrugado entre unos comics de Spiderman. También di con el paradero de un peluche que me regaló una ex novia para mi cumpleaños 18, un gorro soviético que me llegó para mis 23 y unos chocolates podridos de la celebración de mis 29. Perdí mucho tiempo en revisar el material. ¡Pero cómo vas a botar tus cosas! Es tu vida!, reclamó mi novia. Ayúdame mejor. Ya, pero son tus recuerdos. Te vas a arrepentir, insistió. No lo creo. A excepción de algunas cartas familiares, nada de esto tiene valor. Al final, todo termina en la basura. Esto lo debí hacer hace tiempo. Te vas arrepentir. Ya veremos.

Un par de semanas después y cuando con mi novia ya habíamos olvidado el tema de las cajas, mi madre me llamó para contarme que me había llegado una carta. Qué raro, pensé. Tu nombre está escrito con un lápiz dorado, me dijo. Todavía más raro. Ese mismo día fui a la casa de mi madre. Abrí la carta. Estaba bien escrita. Sin faltas de ortografía. ¡Ya pues hijo! ¿Qué dice la carta? Hay personas locas mamá. Pon atención. "Sé que esto te parecerá raro e imprudente. Soy simplemente una persona que un día iba caminando en la noche y encontró un montón de cartas y cosas tiradas en la basura. Sentí que esto era un tesoro. Tus cosas pasaron tiempo en mi pieza. No me atreví a leer nada. Me parecía terrible el solo hecho de pensar en botarlas. Entonces pensé que pudiera ser que quisieras tus cosas de vuelta, por lo que leí algunas cartas tratando de encontrar nombres y direcciones. Discúlpame por haber leído tus pensamientos. Sentí tu vacío y al mismo tiempo tu alegría. De verdad discúlpame si te estoy pasando a llevar. Te dejo mi teléfono por si quieres llamarme. Fernanda".

Castigo de Dios, hijo, por botar tus recuerdos. No te pongas así, mamá. Te apuesto a que botaste hasta los santitos que te mandé hacer cuando hiciste la primera comunión. Pero mamá, si ya ni tu crees en Dios. Sí, pero de todas formas le temo ¿Y que vas a hacer? ¿Vas a llamar a esa niña para darle las gracias? No, no creo. Quizás es como la mina con la que estuvo saliendo El Mono. Deliciosa, insaciable, pienso. Ya, tengo que irme. ¿Has sabido algo de tu padre? No, hace tiempo no me escribe. Mándale un mail entonces. Pero mamá, tu sabes que me gustan las cartas de puño y letra. No las botes entonces. Ya bueno. Chao. Cuidese hijo. Sí mamá. Sí.

jueves, septiembre 14, 2006

CARNE DE MONO

Cuando grande quiero ser carnicero, sí, como usted Don Mario. Mi abuela se ríe y me toma en brazos para tocar la carne por encima del mesón. Está blandita, traiga al niño por acá, responde Mario. Tenga cuidado con la cortina de colores atrapa moscas. Vengan, nos dice. Caminamos por detrás de la vitrina. Quedo a la altura de una cabeza de chancho y unas prietas. Por encima mío también observo un costillar enorme colgado de un gancho. El animal está marcado con unos números morados. Hay muchas moscas revoloteando. Vengan, vengan, por acá, insiste Don Mario. El frizer es enorme y hace bastante frío, pero me deleito con tanta carne. Don Mario se pone su traje blanco, saca su cuchillo carnicero, lo afila, y me muestra cómo se hace un buen corte ¿Se fija mijito? Vuelvo a tocar la carne. Está blandita.

El otro día fui a un matrimonio. Me tocó una mesa con amigos a los que no veía hace tiempo. Bebí todo lo que me pusieron por delante; pisco sour, vino blanco, vino tinto, una menta y muchas piscolas. ¿Y terminaste tu carrera?, le pregunté a uno de mis amigos. Sí, estoy trabajando en (inentendible) ¿Y usted compadre?, le pregunté a otro. Trabajo en una compañía de computadores. Oye, me contestó ese amigo, ¿todavía te cortas el pelo donde ese peluquero maricón? ¿Tito se llamaba? Mándale mis saludos. Sólo me faltaba uno para completar la ronda. Oye Mono ¿Al final qué estudiaste? ¿Qué es de tu vida? Me cambié varias veces de carrera. También trabajo con computadores, pero no estudié nada. No soy nada, respondió mi amigo algo incómodo.

Después de enterarme que el Mono "no es nada", me dejé caer en el bar. Una piscola por favor. Mando al carajo la advertencia de mi novia y mezclo. Tengo sed y no me importa. En eso, llega el Mono, trato que no se sienta mal. Otra piscola por favor, le digo al barman. Oye Mono, cómo puedes decir que no eres nada. ¿De verdad piensas así?, le pregunté incrédulo. Acto seguido, me las di de cura: pienso que importa poco que uno sea profesional, técnico, o nada, como tu; prefiero el camino rural a las grandes autopistas; la plata va y viene, viene y se va; hay que pasarlo bien; hay que evitar convertirse en un animal doméstico; una buena mujer, libros, discos, cerveza y amigos, con eso basta.

Tienes razón, respondió el Mono ¿Sabes?, le dije con una sonrisa pícara, desde chico quería ser carnicero, pero terminé en otra cosa. Fui a la universidad, pero eso de poco sirve. ¿Carnicero? Sí, me gusta la carne; tocarla, olerla y comerla bien roja y con harta sangre. Y a quién no, comentó el Mono. ¿Ves esa minita de ahí? ¿La de minifalda azul? Sí, esa mosca muerta rubia que baila coqueta ¿La ves? Estoy saliendo con ella. Es filete, me contó el Mono. Pero ¿por qué viniste al matrimonio con otra?, le pregunté. Porque quiero más carne todavía. Tengo hambre. Tengo mucha hambre. Yo también, le respondí. Yo también Mono.

viernes, septiembre 01, 2006

EL PELUQUERO

"Nos fuimos a tercera división. No sé si siga yendo al estadio. Por ahora sólo necesito una buena mamada. Magallanes está muerto, pero yo no", me dijo el otro día Tito, quien por años ha intentado experimentar sin éxito con mi cabellera. Conozco a Tito hace unos 15 años. Comencé a ir a su modesta peluquería cuando era un escolar en busca de revistas y películas porno. "El Tito te hace el corte que tu le pidas. Además tiene una videoteca triple x para su fiel clientela", me recomendó un amigo en aquella época. En ese tiempo quienes conocían a Tito también contaban que él era el peluquero de Patricio Aylwin, entonces Presidente de Chile, quien vivía en el barrio.

"¿Cómo quieres te corte, Negro?", me preguntó Tito en nuestro primer encuentro. "Tal como lo tengo, pero un poco más corto", le respondí. En el colegio no nos dejaban usar el pelo largo. Tito lo sabía y le desagradaba esa norma. "Ponte gomina y listo. Así disimulas el largo", me dijo esa vez. "Toma, llévate este video y cuando vuelvas me dices qué te pareció", concluyó. Me fui feliz de la peluquería. Además era barata. Tito, un tipo bonachón, hincha de Magallanes como mi familia y que se teñía el pelo rubio, era por sobre todo las cosas devoto de su público.

"Tanto tiempo Negro. ¿Están ricas las minitas de la película, verdad?", me dijo la segunda vez que me dejé caer en la peluquería. "Sí. Oye. ¿Y estos videos también se los prestas al Presidente?", le pregunté. "No, ya no le corto el pelo al Pato. Ahora él tiene un peluquero oficial. El se lo pierde. Llevo treinta años acá y no me moveré", me dijo seguro de sí mismo. Tito atendía sólo hombres, pero el estrecho local estaba lleno de magazines dirigidos al público femenino. "¿Y de dónde sacas tantas revistas?", le pregunté. "Me las trae una clienta. En realidad es la madre de un cabro chico al que le corto el pelo hace tiempo", me contó. "Se las cambio por películas", me confesó tiempo después. "En realidad. Desde la primera vez que trajo a su hijo me di cuenta que quería algo más. Siempre venía con minifaldas y abría y cruzaba las piernas constantemente mientras le cortaba el pelo al chicoco. No podía concentrarme y el pobre niño quedaba con un corte horrible. Sólo una vez esta clienta me dio la pasada. Pero me dejó vuelto loco", me reveló Tito. "Pensaba que eras maricón. Mis amigos me decían que todos los peluqueros son gay", le respondí.

"Hola Negro. Pasa. Siéntate ¿Cómo siempre? Ya, perfecto. ¿Qué me cuentas?", me preguntó Tito en una de mis últimas visitas. "No mucho. Siento que no voy para ningún lado. Quizás quiero raparme. Así demuestro una actitud radical", le contesté. "No, ese corte no te conviene. Perderás tu esencia, como Magallanes. Por eso decidí no ir más al estadio. El equipo ya no es el de antes", me dijo. "Es que uno va cambiando con el tiempo. ¿Te acuerdas la primera vez que vine? Era pendejo, aunque ahora lo sigo siendo. Incluso hiciste que apostara en las carreras de caballo ¿Te acuerdas? Era un dato fijo me dijiste. Aún recuerdo el nombre de la yegua esa. Domitila. Llegó última la muy perra. Perdí el poco dinero que tenía en ese entonces. Pero acá estoy", reflexioné. "¿Y has seguido viendo a la clienta adicta a tus películas?", le pregunté. "No, parece que se cambió de barrio. Como Aylwin. Pero yo seguiré acá. No me muevo de aquí", remató Tito. "Nos vemos en un par de meses entonces. Gracias Tito", le dije, y me paré y me fui.

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