miércoles, octubre 18, 2006

MES DE GARANTIA

¿Y ese ruido? Mi abuelo se despierta y me dice que son los gatos que andan por el techo. Duérmete que mañana tienes que ir al jardín infantil ¿Con la Tía Paty? Sí, con ella. ¿Y eso? Los gatos se escuchan como si fuesen personas caminando por el tejado. Maúllan, lloran y se pelean. Tranquilo hijo. Duérmase. Quiero tener un gato abuelo, le digo mientras me tapo con una frazada. Duérmete cabro de moledera. Quiero un gato abuelo, insisto. Súbete arriba del techo y tráeme uno. Pienso en un felino oscuro con los ojos verdes. Duérmete que mañana vas al jardín. Tu mami te tiene prohibidas las mascotas. Acuérdate lo que le pasó a tu amigo El Minino. Era alérgico y la guata se le llenó de pelos de gato. Que duermas bien abuelo. Hasta mañana hijo.

¿Aló? El Mono está en el hospital. ¿Qué le pasó? Una mezcla de asma con alergia. A la hora de almuerzo me puedo escapar del trabajo. Juntémonos allá. Al Mono lo conozco desde los 10 años. Crecimos juntos. En un comienzo, el hecho de que cayera enfermo me pareció divertido. El Mono ha sufrido una metamorfosis física brutal en los últimos años. Engordó y quedó calvo. Mantiene su humor y agudeza eso sí.

Vengo a ver a un amigo, le dije a la recepcionista del hospital. Está en la 1735, en la Unidad de Cuidados Intensivos. ¿En la UCI? ¿Está segura? Sí. Este no es horario de visitas, pero puede pasar a verlo unos minutos. Gracias. ¿La UCI?, pensé. La cosa anda mal. Entré a la pieza y vi al Mono con unos tubos en su nariz. Un monitor contaba sus pulsaciones y la cantidad de oxígeno en su sangre. El contador marcaba 96. Después supe que lo normal es 100. El Mono estaba viendo televisión. No había nadie más. ¿Qué te pasó?, le pregunté de entrada. Mi amigo me resumió su drama: El domingo, hace tres días, me fui a vivir con La Solcita. Arrendamos un departamento que estaba todo cochino. La alfombra estaba llena de polvo. La anterior arrendataria tenía varios gatos. De tanto subir y bajar cajas comencé a sentirme mal. Había mucho polvo y pelos. Lo pasé mal esa noche. Y eso que era la primera que pasábamos juntos con La Solcita. No cumplí.
El Mono estaba afligido y pálido. Nunca antes lo había visto así. Continuó: Me faltaba el aire. Al día siguiente me compré una mascarilla para no respirar tanto polvo. Pero seguía tosiendo. Me veía lindo viendo televisión con la mascarilla. La pobre Solcita estaba loca. Esa noche comencé a ahogarme. Abrí la ventana para poder respirar y me puse un gorro de lana para no enfriarme. El miércoles la Solcita me obligó a ir al médico. Después de unas pruebas el doctor me dijo, ‘váyase ahora al hospital’. Y acá estoy. En eso entró la Sol. El médico me dijo que estarás ingresado una semana más. Si pasabas otra noche en el departamento te morías, le contó Solcita a su mono. Imagínate amor, podrías haber amanecido con un fiambre al lado, comentó irónico y algo nervioso El Mono. A Solcita no le gustó el comentario.
Te salvaste de una grande Mono, le dije. Así parece mi Negro. Ese día tenías sólo 84 de oxigenación, afirmó la Solcita. El médico también me advirtió que nunca más vamos a poder vivir en lugar alfombrado. Además tendrás que tomar remedios de por vida. Voy a ir a avisarle a tu madre. La Sol salió de la pieza. Duré tres días viviendo con la Solcita, reflexionó El Mono, afligido. Me voy a tener que portar bien. Así es. Cuídate. Nos vemos. Salí de la pieza. Afuera me encontré con la Sol. Estaba con su abuelo. Gracias por venir Negro. De nada. ¿Qué más te dijo el médico? Que con nivel 82 te declaran muerto. Se salvó el Mono. Sí. Oiga mijita, acotó el abuelo. Yo tenía un amigo que para su luna de miel se tuvo que devolver a Santiago porque le dio una crisis alérgica. No podía fornicar tranquilo. Pero eso fue hace 60 años. Todavía está casado. Puchas que le salió fallado el cabro, le dijo el abuelo a la Sol. Sí, lo sé. Tenga por seguro abuelo que voy a cobrarle el mes de garantía.

martes, octubre 03, 2006

LA TIA PATY

Coloco una de mis manos en mi corazón y canto: "Puro Chile es tu cielo azulado. Puras brisas te cruzan también". Mi madre y mi abuela me miran fijo, orgullosas. Se ve bien el Negrito, escucho que dicen a lo lejos. Estoy disfrazado de soldado en un acto en mi Jardín Infantil. En mi otra mano sostengo un rifle de madera. Me lo hizo mi abuelo. Tienes que llevarlo al hombro, bien firme y derechito, me dijo cuando terminó de moldearlo. No me sé el himno patrio completo. Muevo la boca. Hago como que canto. Al lado mío está uno de mis compañeros disfrazado de robot. A mi izquierda uno de huaso. Más allá una compañera está vestida con un traje de bailarina de ballet. La miro. Me gusta. ¡Canten niños!, ordena la Tía Paty, mi profesora. "Dulce Patria, recibe los votos, con que Chile en tus aras (en realidad digo alas) juró", sigo cantando, bien fuerte. La Tía Paty también me observa. Es dulce y joven. Se ve simpática con su uniforme verde de parvularia. Tiene tetas, pienso. Vuelvo a mirar a mi amiga bailarina. Ella no tiene. Aplausos.

El fin de semana fui a visitar a mi abuela. Me preparó un congrio, como a mí me gusta. ¿Sabes quién siempre me pregunta por ti? Ni idea. Tu amigo El Pichí. ¿El Cabeza de Pichí? Sí, ese mismo. ¿Y sigue viviendo en el barrio? No, ya no. ¿Y el El Mono?, le pregunté a mi abuela. También se fue. ¿Sabes quién más me ha preguntado por ti? No. La Tía Paty. No la conozco. ¿No te acuerdas de ella? Ni de nombre. Era tu profesora en el Jardín Infantil. Y todavía vive acá. ¿Verdad? Sí, atravesando la avenida. Te quedó suavecito el congrio y las papas con mayo están realmente sabrosas, abuela. ¿Me prestas la sal? Sí, La Tía Paty nunca se fue de acá. Atiende en la panadería. ¿Me alcanzas la panera?

En realidad nunca olvidé a la Tía Paty. En las fotos que conservo, y que aún no he botado, aparece moviendo su pelo largo castaño, flectando sus piernas largas y flacas, abriendo sus ojos grisáceos, mordiéndose sus labios carnosos e intentando ocultar su inolvidable par de tetas detrás de su traje verde. En la escena también aparezco yo, tomado de su mano. Yo era el niño mimado de Paty. Me consentía en todo. Fue mi primer amor. Ella lo sabe. Sí, porque un día se lo confesé. Esa vez sólo se río y me miró con su cara dulzona. En una ocasión la vi irse del Jardín con su novio. Ahí se fue todo al carajo. Tiempo después, en plena adolescencia, le hice el correspondiente homenaje. Una de mis primeras pajas se la dediqué a ella. Con cariño. Con mucho cariño para la Tía Paty.

Oye abuela, pero el pan no va a alcanzar para la once. Acompaña a tu abuelo a comprar entonces. ¿Te ayudo con la bolsa? Ya. El pan de acá es el mejor. No hay otro ni siquiera que se le parezca. Está saliendo con menos sal, eso sí. ¿Verdad? Sí. ¿Y la otra panadería que había antes acá? La compraron los evangélicos. Una lástima. Hola caserito. ¿Quiere calientito el pan? Sí, como siempre. Gracias. ¿Y usted también lo quiere calientito? No, yo vengo con él, le contesté a la gorda del mesón indicándole a mi abuelo. Gracias. ¿Era la Paty? ¿Qué Paty?, respondió mi abuelo. La Tía Paty pues. La de mi Jardín Infantil. La abuela estuvo hablando de ella a la hora de almuerzo ¿Te acuerdas ahora? No. Pero si se supone que ella todavía vive acá y trabaja en la panadería. No sé. Quizás se fue con los canutos. Pero si ella siempre pregunta por mí. No creo. Tu abuela inventa cosas. Ya sabes. Nosotros somos de los pocos vecinos que quedamos en el barrio. Casi todos se fueron.

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