MES DE GARANTIA
¿Y ese ruido? Mi abuelo se despierta y me dice que son los gatos que andan por el techo. Duérmete que mañana tienes que ir al jardín infantil ¿Con la Tía Paty? Sí, con ella. ¿Y eso? Los gatos se escuchan como si fuesen personas caminando por el tejado. Maúllan, lloran y se pelean. Tranquilo hijo. Duérmase. Quiero tener un gato abuelo, le digo mientras me tapo con una frazada. Duérmete cabro de moledera. Quiero un gato abuelo, insisto. Súbete arriba del techo y tráeme uno. Pienso en un felino oscuro con los ojos verdes. Duérmete que mañana vas al jardín. Tu mami te tiene prohibidas las mascotas. Acuérdate lo que le pasó a tu amigo El Minino. Era alérgico y la guata se le llenó de pelos de gato. Que duermas bien abuelo. Hasta mañana hijo.
¿Aló? El Mono está en el hospital. ¿Qué le pasó? Una mezcla de asma con alergia. A la hora de almuerzo me puedo escapar del trabajo. Juntémonos allá. Al Mono lo conozco desde los 10 años. Crecimos juntos. En un comienzo, el hecho de que cayera enfermo me pareció divertido. El Mono ha sufrido una metamorfosis física brutal en los últimos años. Engordó y quedó calvo. Mantiene su humor y agudeza eso sí.
Vengo a ver a un amigo, le dije a la recepcionista del hospital. Está en la 1735, en la Unidad de Cuidados Intensivos. ¿En la UCI? ¿Está segura? Sí. Este no es horario de visitas, pero puede pasar a verlo unos minutos. Gracias. ¿La UCI?, pensé. La cosa anda mal. Entré a la pieza y vi al Mono con unos tubos en su nariz. Un monitor contaba sus pulsaciones y la cantidad de oxígeno en su sangre. El contador marcaba 96. Después supe que lo normal es 100. El Mono estaba viendo televisión. No había nadie más. ¿Qué te pasó?, le pregunté de entrada. Mi amigo me resumió su drama: El domingo, hace tres días, me fui a vivir con La Solcita. Arrendamos un departamento que estaba todo cochino. La alfombra estaba llena de polvo. La anterior arrendataria tenía varios gatos. De tanto subir y bajar cajas comencé a sentirme mal. Había mucho polvo y pelos. Lo pasé mal esa noche. Y eso que era la primera que pasábamos juntos con La Solcita. No cumplí.
El Mono estaba afligido y pálido. Nunca antes lo había visto así. Continuó: Me faltaba el aire. Al día siguiente me compré una mascarilla para no respirar tanto polvo. Pero seguía tosiendo. Me veía lindo viendo televisión con la mascarilla. La pobre Solcita estaba loca. Esa noche comencé a ahogarme. Abrí la ventana para poder respirar y me puse un gorro de lana para no enfriarme. El miércoles la Solcita me obligó a ir al médico. Después de unas pruebas el doctor me dijo, ‘váyase ahora al hospital’. Y acá estoy. En eso entró la Sol. El médico me dijo que estarás ingresado una semana más. Si pasabas otra noche en el departamento te morías, le contó Solcita a su mono. Imagínate amor, podrías haber amanecido con un fiambre al lado, comentó irónico y algo nervioso El Mono. A Solcita no le gustó el comentario.
Te salvaste de una grande Mono, le dije. Así parece mi Negro. Ese día tenías sólo 84 de oxigenación, afirmó la Solcita. El médico también me advirtió que nunca más vamos a poder vivir en lugar alfombrado. Además tendrás que tomar remedios de por vida. Voy a ir a avisarle a tu madre. La Sol salió de la pieza. Duré tres días viviendo con la Solcita, reflexionó El Mono, afligido. Me voy a tener que portar bien. Así es. Cuídate. Nos vemos. Salí de la pieza. Afuera me encontré con la Sol. Estaba con su abuelo. Gracias por venir Negro. De nada. ¿Qué más te dijo el médico? Que con nivel 82 te declaran muerto. Se salvó el Mono. Sí. Oiga mijita, acotó el abuelo. Yo tenía un amigo que para su luna de miel se tuvo que devolver a Santiago porque le dio una crisis alérgica. No podía fornicar tranquilo. Pero eso fue hace 60 años. Todavía está casado. Puchas que le salió fallado el cabro, le dijo el abuelo a la Sol. Sí, lo sé. Tenga por seguro abuelo que voy a cobrarle el mes de garantía.