LAS LOLITAS DEL TELEFERICO
De pendejo tenía la fantasía de tirar por primera vez con una mina arriba del Teleférico, en la ruta de ida hacia la Virgen, me confesó el otro día mi amigo Juanito De Lucca, a quien cariñosamente le decimos El Billete. Pero ninguna quiso, agregó entre risas mi compadre. Hace poco fui con Juanito al cerro San Cristóbal. Las hicimos todas, como se dice ahora. En la mañana nos dejamos caer en el zoológico, donde rendimos homenaje a la elefanta Fresia, le tiramos un par de huevadas a los monos hediondos e intentamos despertar a los moribundos leones. Luego, nos tomamos el Funicular e hicimos la combinación con el Teleférico. Nos tocó un carrito rojo y comenzamos a bajar lentamente desde la Virgen. La verdad es que, debido al smog, la vista a la ciudad es nula desde ese punto, por lo que nos concentramos en lo que pasaba debajo de la cabina. La piscina Tupahue sigue donde mismo, aunque en esta época su agua está verdosa y con algunos sapos. La primera vez que me bañé ahí a una mina se le cayó la parte de arriba del traje de baño. Tenía unos pezones exquisitos, me contó, alegre, El Billete. A mi hermano chico (El Billetito) se le paró y la gente se dio cuenta. El agilao se tuvo que tirar un piquero pa pasar piola, continuó Juanito, más contento aún.
Al minuto pasamos por una plaza en la que hace años solía jugar en una especie de laberinto construido con unos tablones viejos y unas locomotoras antiguas. Adentro de ese tren una mina me lo chupó, me confesó Juanito. Eché humo como una locomotora, se río mi amigo. Poco después, levitamos por encima del Jardín Japonés. Una vez vine de noche y vi a dos tortilleras tirando de lo lindo. Me atreví y me incorporé a la escena, pero me echaron cagando, me confidenció mi compadre. A esa altura y desde esa altura todo parecía posible, pero mi amigo era un poco mentiroso. En todo caso, no quería cortar su inspiración, así que opté por responderle con monosílabos. Poco después, llegamos hasta la estación Pedro de Valdivia. Fin del viaje, pero no del paseo.
Al poco rato estabamos conversando con Enrique Mena, quien lleva 14 años trabajando como operador del Teleférico Metropolitano. ¿Así que a usted le dicen El Billete? Será por lo amarrete, le dijo Mena a mi amigo, quien contestó con una risa escandalosa. No sé cómo pero de inmediato entramos en confianza con Mena, así que lo tapé a preguntas. El amable Mena nos contó que el teleférico se abrió en 1981 y que tiene 74 cabinas que avanzan a una velocidad de dos metros por segundo. ¿Cuántas parejas ha visto tirando arriba de los carritos?, le pregunté al operador, un hombre alto, flaco, de bigote ancho y con un tatuaje del Colo Colo en su brazo derecho. Mmmm ¿Quiere que le diga la pulenta? Al menos dos veces por semana, nos contestó. ¿Para qué cree que tengo estos largavistas, agregó Mena, con una sonrisa maliciosa en su rostro. Ahhhh, es bien pillo usted, le dijo El Billete. ¿Y ha visto algo interesante?, preguntó mi compadre. Mmmm. Esas parejas califas son un problema para mi. Una vez unos jóvenes casi se dan vuelta y el carro se bloqueó. Tuvimos que parar todo el sistema y ellos muy tranquilos tirando y tirando. La mina esa debe haber dejado seco al pobre joven. Era una mulata delgadita pero con un tremendo culo, suavecito. Se veía insaciable. Todavía me acuerdo, siguió Mena.
¿Y qué más ha visto?, continué. ¿De esas cochinadas? Sí claro. Mmmmm. Una vez, en el Jardín Japónes ¿Lo conocen, verdad? ví a un joven corriendo desesperado delante de dos lolas desnudas que se veía lo querían matar. El tipo debió correr por su vida y las jóvenes ni siquiera se vistieron. La juventud de ahora no es como la de antes, reflexionó Mena. Mi amigo se puso nervioso y le preguntó al operador si se acordaba de la cara del joven perseguido por las lolas. Estaba un poco oscuro. La verdad no me acuerdo, le respondió Mena. ¿Quieren ayudarme con la última inspección del día?, nos preguntó Mena. Sí, claro. Al poco rato, estábamos de vuelta camino a la Virgen en un carrito azul. Mena y El Billete no pararon de hablar.
Al minuto pasamos por una plaza en la que hace años solía jugar en una especie de laberinto construido con unos tablones viejos y unas locomotoras antiguas. Adentro de ese tren una mina me lo chupó, me confesó Juanito. Eché humo como una locomotora, se río mi amigo. Poco después, levitamos por encima del Jardín Japonés. Una vez vine de noche y vi a dos tortilleras tirando de lo lindo. Me atreví y me incorporé a la escena, pero me echaron cagando, me confidenció mi compadre. A esa altura y desde esa altura todo parecía posible, pero mi amigo era un poco mentiroso. En todo caso, no quería cortar su inspiración, así que opté por responderle con monosílabos. Poco después, llegamos hasta la estación Pedro de Valdivia. Fin del viaje, pero no del paseo.
Al poco rato estabamos conversando con Enrique Mena, quien lleva 14 años trabajando como operador del Teleférico Metropolitano. ¿Así que a usted le dicen El Billete? Será por lo amarrete, le dijo Mena a mi amigo, quien contestó con una risa escandalosa. No sé cómo pero de inmediato entramos en confianza con Mena, así que lo tapé a preguntas. El amable Mena nos contó que el teleférico se abrió en 1981 y que tiene 74 cabinas que avanzan a una velocidad de dos metros por segundo. ¿Cuántas parejas ha visto tirando arriba de los carritos?, le pregunté al operador, un hombre alto, flaco, de bigote ancho y con un tatuaje del Colo Colo en su brazo derecho. Mmmm ¿Quiere que le diga la pulenta? Al menos dos veces por semana, nos contestó. ¿Para qué cree que tengo estos largavistas, agregó Mena, con una sonrisa maliciosa en su rostro. Ahhhh, es bien pillo usted, le dijo El Billete. ¿Y ha visto algo interesante?, preguntó mi compadre. Mmmm. Esas parejas califas son un problema para mi. Una vez unos jóvenes casi se dan vuelta y el carro se bloqueó. Tuvimos que parar todo el sistema y ellos muy tranquilos tirando y tirando. La mina esa debe haber dejado seco al pobre joven. Era una mulata delgadita pero con un tremendo culo, suavecito. Se veía insaciable. Todavía me acuerdo, siguió Mena.
¿Y qué más ha visto?, continué. ¿De esas cochinadas? Sí claro. Mmmmm. Una vez, en el Jardín Japónes ¿Lo conocen, verdad? ví a un joven corriendo desesperado delante de dos lolas desnudas que se veía lo querían matar. El tipo debió correr por su vida y las jóvenes ni siquiera se vistieron. La juventud de ahora no es como la de antes, reflexionó Mena. Mi amigo se puso nervioso y le preguntó al operador si se acordaba de la cara del joven perseguido por las lolas. Estaba un poco oscuro. La verdad no me acuerdo, le respondió Mena. ¿Quieren ayudarme con la última inspección del día?, nos preguntó Mena. Sí, claro. Al poco rato, estábamos de vuelta camino a la Virgen en un carrito azul. Mena y El Billete no pararon de hablar.