UNO: Santiago es un infierno. Uf, y sobre todo en marzo. No quise creer en la advertencia de mi amigo. Claro, él feliz en el sur y nosotros acá, de vuelta en Santiago. Y de vuelta al
blog. Se agradecen los comentarios. Gracias sapos. Gracias zorras. Gracias salmones, gatos y anónimos. Intenté llamarlos, pero se me olvidó pagar el celular. Sí, la cosa estuvo más entretenida así, dejando pasar un rato. Pero la historia es otra. Y comenzó temprano. A las ocho de la mañana del primer lunes de marzo. Cerré la puerta, bajé las escaleras, crucé la calle y llegué hasta un container en la esquina del frente para sacar el permiso de circulación. Todo bien hasta que la persona que atendía me informó que debía sacarlo en la comuna en la que estoy inscrito. Pero si yo vivo acá, mire, le dije mostrándole un papel roñoso en el que aparecía mi dirección. No, ¿Sabe? Acá no lo puede sacar, me respondió. En fin. No importa. Con tal, cerca de mi trabajo, está el container de mi comuna, pensé. Al rato, llegué a ese lugar. Vengo a sacar el permiso ¿Acá es, no es verdad?, pregunté idiotamente. Sí, deme los papeles del auto. Malas noticias. En la mañana, revisando los documentos, me enteré que el certificado de gases había vencido en julio del año pasado. Por más que intenté convencer a la encargada del permiso, no se pudo. Incluso intenté un "cómo podemos solucionar esto", pero fue inútil. Sin embargo, lo peor vino un segundo después, cuando la encargada acostumbrada a este tipo de situaciones, me contó que tengo tres multas por más de 100 lucas. Son por el TAG, me dijo. En Independencia, Pedro Aguirre Cerda y San Bernardo, continuó. Al segundo, pensé: la rebeldía me costó cara. Navegar por las super autopistas sin TAG era una cosa, pero la hora de pagar siempre es otra. Mal. Desesperado intenté en vano una llamada en mi celular.
DOS: Una hora más tarde, quise solucionar el tema del teléfono móvil. Llamé al número gratuito de mi compañía. Otra sorpresa: una voz de robot me decía que las cuentas de enero, febrero y marzo no se han pagado. El servicio queda suspendido. Como desde hace seis meses la compañía no me envía la cuenta, nunca sé cuándo ni cuánto hay que pagar. Intento desde un teléfono fijo. Le cuento a otra robot que perdí la confianza en la compañía móvil. De nada me sirve el lamento. Antes de cerrar el contrato debo pagar. Pagar. Sencillito. Le digo que puedo comprobar que pagué enero y febrero porque seguramente en mi cartola sale la transacción realizada a través de red-compra. Aunque parezca increíble, el día anterior boté la carta de la cartola, obviamente sin mirarla. Pero no importa, internet es la solución. Entro a la página de mi banco, ingreso mi rut. Bienvenido estimado cliente. Pero el banco no me deja ni respirar cuando me entero que al no tener cuenta corriente tampoco tengo el servicio de cuentas on line. Estoy off. No existo.
TRES: Para pasar los malos ratos me fui al centro. Siete y media de la tarde. Entro a Konica. ¿Revelan diapositivas?, pregunté sabiendo que en ese local sí dan ese servicio. Sí, pero no tenemos marcos. Quizás nos llegan la próxima semana, respondió el vendedor. Ahh ¿Pero está seguro que la próxima semana?, insistí. El tipo me dijo que esperara. Al minuto volvió. ¿Sabe? No sabemos cuándo nos llegan, respondió, parco. No me sirve. Necesito revelar las diapositivas antes del fin de semana. Es de vida o muerte. Entro a Reifschneider. No, acá ya no hacemos eso. Joven, es que lo digital entró fuerte, me comentó una joven vendedora. Kodak. No, no sé dónde revelan. Eso es muy antiguo, me dijo el vendedor de turno. Fuji. No, sólo digital. Comienzo a sudar. Pero me acuerdo de Prontofoto, en el paseo Ahumada, entre Huérfanos y Agustinas. Llego al local pero Prontofoto no está. Entro a Hush Puppies. No, ese local quebró, me respondió el vendedor. Caos. Entro al Dominó. Pienso en frío, con el estómago lleno. Me acuerdo de Foto Lab, como a tres cuadras. No, acá no y en los locales del sector tampoco. Vaya a Tenderini. Pero ya eran cerca de las 20.00. Entro con fe en otro local. La respuesta es la misma, pero un fotógrafo aficionado me dice que en Carmen Pérez sí revelan diapositivas. Pero cierran a las ocho y le quedan cinco minutos. Váyase corriendo derechito por Mc Iver. Le hago caso. Corro con el completo en la carganta. A la cuadra debo parar. No puedo más. Pero sigo. Dos cuadras más. Miro la hora. 19.58. Tengo tiempo. Dos minutos. Llego a Carmen Pérez. El paraiso de los fotografos. Pero Carmen no está. Un cartel indica que el local se trasladó al Metro Los Leones y otro dice que Pérez remata todo. Deduzco que el local quebró. Otra vez lo digital, pienso. En un acto milagroso llego volando a Tenderini. Pero los locales están cerrando. Pregunto en uno. Sí, pero sin marcos. No me sirve. Entro a tres más. Nada. Y en el último, me dicen sí, con marcos, se las tenemos mañana. Una pequeña gran victoria.
Cuatro: Me subo al metro. Decido que no puedo más contra el sistema. Perdí. Cuando el otro día le dije "bienvenido al sistema" a un amigo que me preguntaba por alguna isapre, realmente no sabía lo que estaba diciendo. Aún no sé cómo es el sistema, pero en el fondo sí sé. También decidí deshacerme de mi auto viejo, motivo de risa de algunos. Perdí esa batalla. Y pienso que la compañía de celular también me ganó. Deberé pagar. Pero pronto tiraré el celular (también es un modelo antiguo) al río Mapocho. También, decido que mañana mismo abro una cuenta corriente. Pienso en eso de "estamos para servirlo". Bajo las escaleras. Llego al andén. Es tarde. Eludo al gentío. Llega el tren. Esa puerta está mala, dice el chofer cuando se detiene en la estación. Y me quedo mirando cómo efectivamente la puerta no se abre. No se abre.
Cinco: Salgo del metro. Escucho que alguien me grita "Negro, Negro". Me doy vuelta. No me acuerdo de quién es. Hola, cómo estás pos Negro. Lo miro. La verdad es que me acuerdo de él, pero no tengo fuerzas. El día ha sido largo. No, te estás confundiendo. Yo no soy el Negro, le digo poniendo mi mejor cara de serio. ¿Cómo que no eres el Negro. Pero ¿estás seguro? Si yo sé que eres, me dice. ¿Cómo no voy a estar seguro de quién soy?, insisto. Pero si yo me acuerdo de tí, eras seco pal deporte... y tocabas guitarra... y...., me dice. No, de verdad no soy el Negro. A mí no me dicen así ¿Cómo no voy a saber quién soy? Disculpa. Salgo a la superficie. Santiago no más.